Vivimos en un mundo con desigualdades económicas, divididos entre los países “desarrollados” y los en vía de desarrollo, el Norte y el Sur. Como ciudadanos del mundo, reaccionamos con estás desigualdades económicas de diferente manera.
Naciones desarrolladas y sus ciudadanos muchas veces sienten “la responsabilidad del hombre blanco” (para citar el poema de Kipling). Para Kipling, la responsabilidad del hombre blanco es la de cultivar y civilizar a otros que parecen ser menos tecnológica y culturalmente desarrollados. En efecto, el menos desarrollado es por consiguiente también pobre. Por consiguiente desde el tiempo de las colonias los países ricos e individuos (que son generalmente blancos) han ofrecido asistencia y ayuda, con buenas o malas intenciones detrás.
Sin embargo, lo que ahora percibimos como pobreza puede no ser tan dramático como lo entendemos. No es lo mismo que decir que la pobreza no existe, si no más bien que se debe de entender bajo otro aspecto. Se dice que ahora el desayuno promedio es mejor que cualquier desayuno que un rey medieval hubiera podido disfrutar. Hoy en día, la pobreza se ha vuelto un problema de desigualdad más que de escasez, un problema de justicia más que de recursos. Para dar un ejemplo concreto, hoy en día más gente muere de obesidad que de hambre (problemas de corazón son la primera causa de mortalidad, la mala alimentación es una gran causa. Ver aquí). Se estima que 1 billón de personas sufren de hambre crónica pero más de 2 billones sufren de obesidad.
Al parecer es la sobreproducción la que nos esta matando! Y la mala distribución de lo que producimos mata a unos otros cuantos (la reciente hambruna en África lo comprueba). Ante tan impresionantes estadísticas, no se puede más que inferir que tal vez la responsabilidad del hombre blanco (que es el que es más afectado por la obesidad) es de ayudarse a si mismo y no a “los otros”. El poema de Kipling debería de ser re-escrito y actualizado (y con un tono menos racista también).
El consume desigual no es únicamente un problema de la comida. Podríamos también comparar cómo usamos la energía, o como usamos los recursos (naturales y financieros), para ver que la solución tal vez radica en la distribución más que en la producción. Conociendo todo lo que podemos producir y todo lo que actualmente tenemos, hasta nos podríamos preguntar cuál es el verdadero significa de ser “desarrollado”. Es tan sólo ser más productivo y materialmente rico? Cuando el “hombre blanco” ofrece desarrollo, que deberíamos de ofrecer? La respuesta de estas preguntas es crucial si queremos ofrecer cualquier tipo de ayuda.
Hace un tiempo participé con una organización no gubernamental (Un techo para mi país) que construye casas para las familias de más bajo ingreso en America Latina. Construimos una casa para un familia que vive en las afueras de la ciudad de México. La casa de la familia era pequeña y tenían muy poquitas cosas. Nuestro trabajo era construirles una casa nueva. Cuando la acabamos todos los voluntarios estábamos llenos de satisfacción (después de todo, habíamos construido un casa!).
Pero mientras celebrábamos, note que la familia igual y no estaba tan entusiasmada. Estaban muy agradecidos, sin duda, pero se daban cuenta que realmente no habíamos hecho nada para sacarlos de la pobreza en que vivían. La pobreza que ellos tenían era “trágica” para nosotros porque no tenían buenas prendas, tenis Adidas o buenos shampoo. Sin embargo la familia si tenía un techo, comida, y ropa. Nosotros, los voluntarios, sentíamos que los estábamos haciendo menos pobres construyéndoles una casa de madera (que con lluvia, viento igual y no es tan sustentable)pero la verdad es que la familia sólo se sentía pobre cuando se comparaba con nosotros. En efecto, la pobreza era un problema de desigualdad, no de escasez.
Por otro lado, lo que era realmente trágico era que la madre de la familia no podía criar a sus hijos porque tenía que trabajar 10 horas como sirvienta y no tenía suficiente paga para ahorrar dinero. Lo que era trágico era que el padre tenía que transportarse durante 2 horas para llegar al trabajo. Todos los días, tenía que caminar, andar en bici, y subirse al metro para llegar a su trabajo. Si llegaba tarde o no podía ir, no tenía ningún derecho de protestar, y corría siempre el riesgo de que lo despidieran.
Esta historia tiene una moraleja muy significativa. Muchas veces pensamos que existen muchos pobres porque no tienen todo lo que no tenemos, y por lo tanto tratamos de ayudarles. Pero el desarrollo es sobretodo un asunto de derechos humanos y de igualdad, de crear buenas oportunidades para dar mejor calidad de vida. Al final, lo que la familia de la ciudad de México necesitaba era mejores instituciones (que les ayudarán y defendieran), mejores servicios y más oportunidades. Hasta me da la impresión de que hubiera sido mas útil dar una clase de cívica para que entendieran sus derechos.
Siempre que nos enfrentamos a la pobreza (o debería de decir desigualdad), estamos impulsados a ayudar, muy seguido por la “piedad” o “culpa” que existen individuos que no poseen lo mismo que nosotros. Pero esto solo lleva a soluciones superficiales. A partir del momento en que se crea la separación entre “ellos” y “nosotros”, “nosotros” tratamos de ayudar según lo que “nosotros” pensamos que necesitan. De cierta manera, arbitrariamente decidimos construir una casa. Esta separación oculta (y hasta niega) el hecho de que la pobreza que vemos es también y sobretodo el producto de la riqueza. El “hombre blanco” es parte del problema, no sólo la solución. Muchas veces lo único que queremos hacer es deshacernos de la pobreza para no tener que culparnos y no sentirnos mal. No nos atrevemos a cambiar y reconocer que somos también culpables de la desigualdad, como productores y consumidores (Thomas Pogge desarrolla esta teoría en su libro). Hasta que no asimilemos estos comportamientos, no será posible encontrar soluciones sostenibles a la pobreza. Esta es la responsabilidad más importante del “hombre blanco”.